Esto transcurría en Santiago de Chile, en pleno invierno y podíamos mirar la majestuosa cordillera de Los Andes, ya que el problema del smog se había acabado hacía rato. Colonia Dignidad ya no existía y era parte normal de la nación. Los equipos de fútbol estaban jugando como el Real Madrid o el Barça, a todo ritmo y con estadios llenos sin barras bravas. LAN Chile era de nuevo de todos los chilenos y el agua potable era un servicio básico estatal al igual que la energía eléctrica y el Banco del Estado era un banco al servicio del desarrollo del país y no uno más de la banca privada.
Los flaites se habían educado y hablaban en castellano y los políticos trabajaban de verdad en cosas que les interesaban a todos los chilenos. Las PYMES competían de igual a igual con los grandes y había educación sexual en cada colegio de este país, además de entregar la píldora del día después de manera gratuita y sin preguntas idiotas.
Se había legalizado el aborto, el divorcio y el matrimonio en 5 minutos, la justicia era ecuánime y no existían grupos fácticos. La iglesia había vuelto a las sacristías y el Estado era nuevamente laico de verdad, con libertad e igualdad de cultos. Los impuestos a las empresas llegaban al 50 % y el de las personas al 0 %.
Yo iba en la marcha y gritaba y arengaba, hasta que mi señora me despertó, asustada ella, por los gritos horrorosos que yo pegaba en medio de la noche.
Cuando me desperté, me di cuenta que había sido un muy mal sueño y que, por suerte, seguía viviendo en este país, ejemplo de cómo no hay que hacer las cosas.
Ricardo Farrú