domingo, 31 de enero de 2010

La Avara y el Enterrador

Hace rato que no leía tantas locuras estructuradas para demostrar que Pinheraz no ganó. Amigos y enemigos míos , al igual que en el fútbol, el que gana se lleva los tres puntos para la casa. El otro equipo pierde y se va con la cola entre las piernas, aunque vaya con los bolsillos llenos. El resto son victorias morales de las que tanto gustamos en nuestra larga y energúmena franja de tierra.
Lo más divertido en estos tiempos de reflexión desconcertadamente concertacionada es la búsqueda de explicación a dos fenómenos producidos por la lógica extraterrestre ( o sea la de cualquier país más desarrollado que nosotros) :
Cómo es posible que la honorable Presidenta de la República no haya sido capaz de traspasar su bien alimentada y ancha popularidad?,
Porqué los desconcertacionados eligieron al más fome de los fomes, con un sentido de país tipo selección del 98 donde lo único importante era colgarse del arco propio para un empate, en un remedo torrante del Cirque Du soleil?
Y nuestros bien amados analistas no logran cuadrar el círculo. El que lo cuadró antes de tiempo fue el que de Bacheletista acérrimo se convirtió en Piñerista profundo y reflexivo, porque con su olfato de dogo entrenado cachó por donde venía la mano. No lo denosten, fue el único que denunció públicamente que el muerto ya hedía y que al pobre enterrador no le quedaba más que hacer tripas de corazón y darle el adiós. ¿ El definitivo?
Obvio que no pueden enmarcar lo inmarcable ( no hablo acá del MEON- cito, personaje de opereta de segunda calidad), porque la verdad es mucho más simple y espeluznante que la historia contada.
La pobre presi no tenía ninguna opción más que ser amarrete o AVARA con sus populacheros porcentajes, ya que esos, según mis cálculos basados en prognosis progresista adyacente ocultista y las cartas del tarot, daban como resultado con un porcentaje del 99,9836 % de certeza que la mayoría no la consideraba ni buena ni mala presidente, a lo mejor ni siquiera presidente, sólo la apoyaban porque la encontraban una excelente y bonachona mamá, y patológicamente el chileno promedio es mamón al cubo y no le gusta mucho salirse de sus faldas. Eso es intraspasable, menos aún a un gallo que ni siquiera tiene la pinta de dar órdenes y que más bien pareciera que los calzoncillos los lleva la Martita.
Ante ese cuadro ineludible, los viejos y macucos zorros de la concertación eligieron al personaje que más cuadraría con la noble e ineluctable labor de ser el sepulturero de una coalición auto gritada exitosa, pero incomprendida por una creciente masa de malagradecidos no participantes de la fiesta, la alegría y el dizque progreso.
Y como le achuntaron. El elegido, el ungido, el único capaz de tal tarea, la cumplió a cabalidad y con una dignidad propia de un rey extranjero en visita por exóticas tierras. Si no, cómo nos explicamos la cara de alivio de esa pobre víctima de la crueldad desconcertacionada al otro día de la elección riéndose, si señor, señora, riéndose y haciendo chistes frente a las cámaras? Si no había hecho un puto chiste en toda la campaña? Porque cumplió como hombre con la pesada e incomprendida labor de enterrar al muertito y pasar a la historia como El Enterrador al que la Avara no le quiso traspasar los votitos para ganar.
Ricardo Farrú